lunes, 26 de noviembre de 2007

Construyendo ilusiones

Para quien no lo conozca, lo que aparece en la foto es Cortylandia.

Cada año, por estas fechas, la fachada de uno de los edificios del Corte Inglés del centro de Madrid cambia para convertirse en un pequeño mundo animado, con pases programados diarios.

Durante unos veinte minutos los personajes se mueven, hablan y cantan. Se encienden multitud de luces y no cabe un alma en esa calle.

Este año por primera vez he visto cómo lo construían. Todas la figuras esperaban para ser colocadas, estaban montando las casitas de la foto y el caballo que se ve al lado de la grua les estaba dando problemas.

Pero mientras hacía las fotos y veía cómo trabajan, escuché varias conversaciones de gente que pasaba. Todos decían más o menos lo mismo, cómo sus padres les traían de pequeños cada año y cómo les gustaba verlo. Algunos ahora traían a sus hijos, y otros planeaban traer a sus sobrinos o nietos.

Estuve allí un rato sentada recordando ese maravilloso hormigueo cuando bajaba por la cuesta y aun no sabía de qué iba ese año. Esa espera ansiosa hasta que por fin se oía la sintonía y se encendían las luces. No me lo perdía ni un año, insistía e insistía hasta que me llevaban a verlo.

Recuerdo unas Navidades en especial en las que lo ví cuatro veces en un día, porque mientras alguno de mi hermanos se quedaba conmigo, otros hacían las compras navideñas, para que yo no me diese cuenta.

Estuve pensando también que echo mucho de menos aquellos días. Dicen que la inocencia da la felicidad, y muchas veces es así. No tenía preocupaciones y tenía una inmensidad de tiempo ante mí. Podía pasarme la tarde entera pintando con mis acuarelas, haciendo inventos de los mios o maquinando extraños individuos con plastilina. Solía sentarme enfrente del árbol de Navidad con las luces encendidas y me quedaba un rato allí, viendo cómo iban cambiando. No pensaba en trabajo, ni en operaciones, ni en pastillas, ni en Hacienda ni en papeleos.

Aun así cada año sigo manteniendo gran parte de esa ilusión. No me lo pierdo nunca. Recuerdo esos días pasados y sonrío sin parar. Me gustan las caras de los niños y los adultos que bailan con ellos. La mayoría se sabe la canción principal de memoria, y me hace gracia ver cómo la cantan.

Este año, además, me ha gustado mucho ver cómo se construía la ilusión de muchos niños y de no pocos mayores.

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