
Ya por aquel entonces aquel cuento me chocó. Intenté imaginar qué pasaría si yo fuese de cristal. No me gustó nada la idea. Prefería las cosas como estaban, y la sola idea de ser transparente me parecía horrible.
A veces pienso que todos tenemos una caja de Pandora. En ella guardamos cosas que hemos hecho, visto, sentido o vivido y que no le diríamos a nadie. Esa idea me parece tan fascinante como inquietante. Todos tenemos secretos, cosas que no le contaríamos nunca a nadie.
Hace casi cuatro semanas que abrí mi caja de Pandora. De ella salió un secreto, el más oscuro de los que tengo. Era un secreto que me estaba haciendo mucho daño. Era el motivo por el cual me horrorizaba ser transparente y que los demás se enterasen. Ese secreto ya llevaba en mi cajita desde antes de leer el cuento. Para cuando lo leí empezaba a darme cuenta de que contarlo podía acarrear terribles consecuencias.
Me pregunto inevitablemente cómo habría sido mi vida si no lo hubiese guardado. Siempre deshecho la pregunta rápidamente, no tiene ningún sentido a estas alturas.
A veces no tiene importancia guardar ciertos secretos. Otras veces, sin embargo, no se debería. En ocaciones es difícil decidir qué secretos debemos guardar y cuales sería mejor contar. Supongo que intentamos hacerlo lo mejor posible, pero no siempre se consigue.