Cuando eres pequeño tus amigos juegan un papel muy importante en tu vida, en cómo eres y en cómo serás al crecer. Pasas mucho tiempo con ellos porque suelen ser de un entorno muy cercano. Exploras y descubres el mundo. Muchos, o todos, se quedan en el camino y pasan a formar parte de tu pasado. Otros nuevos vienen. Como todo, las amistades evolucionan.
Llega un momento en el que te das cuenta de que tu círculo de amigos íntimos es muy selecto, y de que ya no existe esa relación tan estrecha y quizá un poco dependiente de la adolescencia. La mayoría perduran como esos amigos a los que ves cada cierto tiempo, con los que nunca pierdes el contacto. Es entonces cuando te das cuenta de que son amigos de verdad, que están ahí si los necesitas y tu estarás ahí para ellos. Nunca se rompe ese vínculo especial y la complicidad siempre queda, esperando para cuando te vuelves a ver.
Son las amistades duraderas, atemporales.
Me encantan los reencuentros con este tipo de amigos. Cuando las agendas coinciden vas a tomar algo o preparas una cena. Te pones al día, charlas, haces fotos y ríes durante horas. Sus llamadas son siempre inesperadas y acompañadas de ese: "me estaba acordando de ti" que siempre te saca una sonrisa.
Una vez oí: "The real friendship never dies". Y es cierto.